top of page

El weekend que viene no tengo al nene.

Es viernes por la tarde y la caída del sol hace un llamado a la relajación. Hace un rato el nene se fue contento con su papá. Con beats ricos de fondo, enrolo mi moto y comienzo mi ritual de libertad. Me pongo al día con el Tinder, le contesto al jevo que lleva rato preguntando cuando nos vemos y sumbo por ahí un pal de likes. Procedo a llamar a mi comadre para reírnos un rato y darnos ese section juntas de manera virtual. Ahora yo soy dueña de los ruidos en casa. Hoy no se cocina, ni se limpia, por misericordia friego, me rio sola, bailo, me miro en el espejo con detenimiento y no me estreso por el reguero. Los días así soy muy feliz. A veces es difícil manifestar abiertamente esta sensación de libertad cuando una es mamá. Antes sentía algo de culpa, insatisfacción y hasta vergüenza por el estilo de maternidad que me ha tocado y he decidido ejercer.

Ahora comprendo que muchos de esos pensamientos no eran míos, si no impuestos. ““¿Todavía estás solita?” Me preguntó, con tono de tristeza, la suegra de mi amiga. “Bendito yo me imagino que extrañas mucho al nene cuando se va”, ¿“No te preocupa tu relación con él”? Yo rio internamente, pero también me confunden. ¿La gente piensa que estoy triste? ¿La gente piensa que soy desdichada? Hay gente que le da pena inmaginarme sin un marido. Desde que vivo sola con el nene, mi mamá piensa que me tiene que cuidar más, ensenarme a criar, y hasta involucrarse en los métodos de diciplina. Vamo’ ahora en el 2020 hay mayor apertura para reconocer la diversidad. Pero también queda mucha resistencia. Hasta en nosotras mismas. Yo creo que debemos por comenzar a hablarlo. Esta idea de que la felicidad se encuentra en una familia perfecta, una pareja romántica y dedicándole la vida a las crías, se puede convertir en una trampa que te amarra a una constante desilusión. Las que no la logramos tener, se supone, que no estemos felices. Y las que lo logran, se supone que siempre lo estén y callan cuando no. Yo recientemente he aprendido que está bien escaparse de eso e inventarse su propia forma de encontrar felicidad. Para mí lo importante para lograrlo es aprender a sentir la paz, así sea por ratos. Poder respirar y sentirme liviana.

Es sábado al medido día y me hago un desayuno gourmet con té de jengibre. Soy dueña del silencio en la casa. (Y pensar que en algún momento no creía capaz de poder separarme tranquila del nene… ) Esta tarde me toca encontrarme en la playa, ilegalmente por el toque de queda, con el chamo de Tinder. Estoy algo nerviosa, pero me divierto entre mis fantasías. Mi aura de coqueta me domina y llego allí sintiéndome como toda una diosa. Por el camino voy entrenando en mi mente como salirme de alguna situación en la que me sienta incomoda. A estas alturas no le aguanto mierdas a nadie. He aprendido tanto de mi misma, que al conocer una persona con quien me interesa interactuar sexualmente, le hago un scaning de energías (whathever that means). Si me gustan me comparto. si no, se los digo y me quito sin darle mucha larga al asunto. Antes yo no me atrevía a ser tan decidida. Para lograrlo he tenido que aprender a ser mi mejor compañía. Esta vez me reí mucho, nadamos en agua salada, hablamos de las nostalgias, probamos su cerveza artesanal y cuando nos despedimos le agradecí por el rato y le aclaré que no me interesaba tener alguna interacción sexual. Me sentí bien clara.

Ya es domingo y extraño al nene, pero en la videollamada lo veo disfrutando con su otra familia y se me quita. Toca recoger, leer y organizar la semana. También aprovecho el rato para respirar, tocarme y sentirme. A veces me da con sacarme fotos y compartirlas con mi amigo que vive en Chicago. Entonces nos decimos cosas divertidas que estimulan mi fantasía y me disfruto con ese encuentro a distancia. No es mi forma preferida de llegar al placer, pero me ha ensañado sobre cosas que no sabía sobre mí. Posiciones, pensamientos y experiencias de deleites que aparecen únicamente en mis solitarios encuentros. Y aunque no les niego que a veces extraño unos brazos para dormir, una compañía especial o un buen pene carnoso y erecto. No haberlo tenido tan disponible durante este tiempo me ha enseñado que no es lo única fuente de placer y ricura. Al contrario, estar sola tampoco está tan mal. He crecido, me he conocido, me siento más valiente. He logrado saborear la alegría desde el fondo de la tranquilidad y no necesariamente desde el drama y la euforia. Contrario a otros momentos en mi vida, donde yo no me imaginaba que esta sensación de libertad existía. Es floja y calmada, al mismo tiempo firme y segura.

Ahora que llevo tanto tiempo retando mis contradicciones y alejándome del viejo sueño de la familia perfecta e ideal ¿A cuáles otras formas de conocerme me atrevería? ¿Estaré lista para compartirme? ¿con quién? ¿cómo lo haría sin arriesgar estas nuevas sensaciones que he cosechado? El poder de la soledad tiene sus retos y también sus beneficios. Me lleno de nervios al imaginarme explorando todas esas posibilidades de ser que yo no había visto antes en mí. ¿Será que todavía me quedan revoluciones internas que atender? Espero no dejarla caer.

PD: Si te hace falta una señal… Atrévete a soltar los troncos viejos. Con el tiempo se siente bien.

La Luchona

(Ilustración de Yaoyao Ma Van As "Joy of Living Alone")

Entrada individual: Blog_Single_Post_Widget
bottom of page