Me siento como la cura.
Recientemente he estado reacomodando mi casa y así mismo mis propios pensamientos. Me había acostumbrado al ruido del “to do list” de la rutina y a las avalanchas de auto boicoteo que llevaba cargando desde mis días de tormentas, que viví hace unos años. En ese momento una de mis técnicas de sobrevivencia fueron distraerme y reenfocarme en otras realidades, pero no había tenido un tiempo para mover los muebles y sacar el sucio que no se ve. Esta pausa obligada, con todo y sus complicaciones, me ha forzado a enfrentarme a ciertas páginas, que se me habían quedado abiertas en mis peores momentos. Le di atención a la narrativa interna -automática- que me acompaña en el ajoro de la vida, y me di cuenta de que me repito muchas cosas que me limitan y me hieren. Si me lo permito, puedo ser mi mayor obstáculo y una terrible enemiga. Llegar a reconocerlo y escuchar mis propias palabras de autodestrucción ha sido un camino doloroso y oscuro.
Es muy triste sentirse rechazada por una misma. En constante inconformidad y con el látigo siempre caliente, listo para castigarme por cada detalle que no es como quisiese que fuera. En paradoja, mientras miraba el reflejo distorsionado con mayor detenimiento, me fijé en que este venía del oasis que llevaba tiempo buscando. Para dejar atrás los pensamientos tormentosos, tenía que mirarlos. A veces acercarse a la paz, implica enfrentarse a la guerra. Me zumbé a la aventura.Comencé a contestarme y a defenderme, como lo haría por alguna amiga. Y todavía no he perfeccionado la técnica, pero ando reconociendo que la mayor parte de esa narrativa interna, y destructiva, no la diseñé yo. Es impuesta, es aprendida, es la que nos moldean desde pequeñas.
Quererse de verdad es un acto bien radical, y eso conlleva mucha valentía. También hay que aprender a cambiar de canal y dejar ir métodos que nos funcionaron en otras circunstancias pero que ya no. Y como ya no hay tormenta, ni me tengo que defender, ya no tengo que ser conmigo punitiva. No soy lo que pienso, ni lo que creo que piensan de mí. No soy mis expectativas, ni las de nadie. Tampoco soy mi performance. Soy capaz de identificar la voz de mi ego y diferenciarla de mi nuevo proyecto, el favorito. Decido pensarme diferente para sentirme mejor. Me dije afirmaciones.
Lo que pienso me provoca emociones. Paca, una vieja sabia, nos dijo que las emociones hay que sentirlas porque si no se quedan atrapadas en alguna parte del cuerpo. Hay que identificar donde la sientes y respirarla. Sentirla, reconocerla y despedirla. Repetir el proceso, hasta que ya no sea necesario. Hay que sacar tiempo de calidad para dedicárselo al alma, dice Paca. Y yo en mi soledad, en los días sin prisa, en el cuidado rutinario del retoño, inventando como gozarme de un verano en cuarentena, nadé desnuda en Aguadilla a plena luz del día. Me sentí como el agua clara.
Estoy haciendo arreglos en mi casa. Ya tengo varias plantas, flores, abejas, y sigo barriendo para despedirme de lo que falta. Y desde que estoy en estas si siente como la jayaera me calienta por las venas y cada día estoy más jeva, como siempre, come fuego, pero esta vez no por nadie, si no porque estoy aprendiendo a enamorarme de mi misma como a mí me gusta, con sandunga de fondo, mucha sal, mucha arena, con silencios respetados y largas conversaciones. A plena luz de luna llena, vi las estrellas y me bailé frente al fuego. Me sentí como la llama. Y otra vez me recordé, que me quiero tal y como soy.
Atraigo paz.
Atraigo amor.
Soy armonía.
Soy fuerte.
Soy valiente.
Estoy sana.
Me organizo.
Soy artífice de mi vida.
Tengo en abundancia.
Soy feliz.
Soy un canvas en el medio de una pandemia.
Me siento como la cura.
-La Luchona.