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Todes necesitamos ayuda.

Ayer le pedía a mi niño, Lucas, que guardara en su lugar los juguetes que había movido de sitio. Él me pedía ayuda insistentemente, pero yo le respondía en negativa: le decía que ya estaba ocupada, que ahora iba a encargarme de recoger algunas cosas y que le correspondía a él hacerse cargo de sus juguetes. Entre negarse, quejarse y resistirse, llegó a acceder. Fue con su gesto de rendición hasta su cuarto para guardar en su lugar cada cosa que había usado; tal como se lo pedía. No les niego que me sorprendió porque usualmente resiste tanto que termino por ir con él. Esta vez fue él solo.


Tardó algunos minutos en regresar.


Parece que intentó hacerlo por sí mismo durante un rato, hasta que volvió y me dijo: “Mamá, ya me cansé de hacerlo solo”.


Hubo un silencio breve hasta que se acercó a mí, casi a punto de llorar, gesticulando con sus manos como una pena del sin remedio; de lo injusto que le parece poner las cosas en su lugar solo después de haber jugado con todo a la vez.



Entonces cuando casi vuelvo a exigirle que se fuera y culminara su tarea, me dice: "Mamá, todos necesitamos ayuda. Yo no soy un mamut. Un mamut es un animal, yo soy un niño". Y según lo dice, comienza a llorar -llora desconsoladamente- y sentí tanta empatía con él. Después de todo, tiene razón. Todas las personas necesitamos ayuda, algunas lo sabemos pedir y otras no. Le abracé, le consolé y le dije que no se angustiara que yo le iba a ayudar.



Pronunciar esas palabras fue sencillo por su vulnerabilidad. A pesar de que quiero que aprenda a organizar sus cosas solo y de que le he clasificado sus juguetes como he creído mejor para hacérselo más sencillo. Sin dejar de reconocer que debo ser flexible porque él tiene otras formas y lógicas de entender, otras maneras de acercarse a la ilusión del orden.



He sentido empatía con él a pesar de que estoy cansada, muy cansada: emocional, mental y físicamente. A pesar de que sé que ha sido él quien ha usado todos esos juguetes; sin embargo, también sé que hemos sido nosotres y sus familiares quienes les han llenado el cuarto de entretenimiento.



Así que le abracé fuerte y le dije que le iba a ayudar.


"Eso era todo lo que quería, mamá. Yo no sé cómo hacerlo solo".


Una parte de mí hace otra lectura de juicio. Un escenario en el que mi hijo me manipula y yo quedo rendida ante sus habilidades de manipulación. Luego voy al amor y desde ahí opero porque conozco el corazón de mi hijo, que se parece muchísimo al mío. Sé lo que es necesitar ayuda, sé lo que es no saber cómo pedirla, sé lo que es pedirla y que no te la den. Sé lo que es sentir vergüenza y dolor por eso.



Llevo decidiendo en mis actos que esa no será su historia. Ni mi modo de maternar, ni el aprendizaje que quiero acompañar para su ser. Organizar sus juguetes no debe ser una tortura, ni la obligación menos deseada, ni el deber más exigido. Prefiero que sepa pedir ayuda, por lo que sea que la quiera, por lo que sea que la necesite y que no se avergüence de necesitarla.



Mientras le ayudaba a recoger veía todos sus carritos, sus juguetes, todas las cosas que le hemos regalado y que otras personas le han comprado. Tiene tantos juguetes que pensé que ese es uno de los problemas con el desorden. Todas esas cosas son -a veces- las que usamos como maneras de tratar de reponer el tiempo que no nos hemos dado o de evitarle sentir las ausencias, las soledades y el aburrimiento. Sobre todo es así cuando trabajamos mucho, cuando los días se nos pasan en la oficina, frente a la computadora con el trabajo remoto, la televisión encendida de fondo con programas infantiles y un niño correteando que viene cada dos minutos a pedir que juguemos con él.



Nunca ha sido un asunto de cantidad de cosas para jugar. Las cosas dejan de tener sentido si no se tiene con quién compartirlas. Él nos quiere a nosotres y creo que se asegura de tenernos. Si no estamos para jugar, nos exigirá que estemos para organizar los juguetes. Tal vez en su lógica (casi siempre lo bastante acertada) la medida de tiempo que pasaré con él -en un día en el que no le he podido dar plena atención- dependerá de cuánto desorden él haga. Tal vez así me dé cuenta de que él está ahí y de que quiere algo más que un besito y un abrazo a cada ratito. Algo más que un episodio de su serie preferida, una merienda y una comida, un vaso de agua, una mirada en medio del tecleo en la computadora. Quiere tiempo conmigo. Quiere tiempo con su papá. Quiere tener con quien jugar.


Algunas veces pienso que necesita un hermane, pero en este momento eso sería darme un tiro en el pie...por describirlo de alguna manera.


Pero volvamos al hijo que ya tengo. Lucas me habla con cosas muy cotidianas. Me habla todos los días y me recuerda lo que es más importante: cómo pedir ayuda cuando la necesitamos y cómo desarrollar estrategias para ganarle a la prisa sistemática, a la trampa del trabajo, a la ilusión del orden y el desorden.



No he terminado de entenderlo. No tengo resuelto cómo maternar mejor, pero les prometo que lo intento. Sobre todo cuando reconozco que necesito ayuda y sobre todo cuando pido ayuda. Tal vez mi ansiedad es mi niña haciendo desorden para establecer ese orden ilusorio dentro de mí. Mi niña que quiere tener tiempo y con quien jugar. Esa niña que me puede estar diciendo que lo importante nunca ha sido cuántas cosas puedo hacer o tener, sino el tiempo que nadie me puede pagar ni comprar. El mismo tiempo que es para vivir y para amarnos, porque después de todo yo tampoco soy un mamut. Aunque no sepa lo que él quiere decir con eso.


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