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"Las niñas bonitas no hablan malo"

Recuerdo estar con frío en aquella oficina de la decana, en espera a que ella terminara de hablar con las monjas para hablar conmigo. Cabrona fue la palabra que utilicé, la dije con el mismo fuego en la garganta que siento cuando consigno con el megáfono frente a Fortaleza. Me sentía molesta, enjuiciada y sola. Me habían encontrado “besándole el pene” a un muchacho que me encantaba. Me llamaron a mí, me levantaron a la fuerza porque me escondí de la vergüenza detrás de los asientos de la cancha bajo techo. Ya había salido y decidió llevarme a la fuerza a mojar mi uniforme en la ducha. Al muchacho no le pasó nada y allí estaba yo, esperando con frío en la oficina, por un acto que habíamos cometido dos personas.


El discurso de odio de la decana no dejaba ningún discrimen a la imaginación. Sentí que me odiaba por ser mujer. Todo lo que rechazaba de mi ser, era completamente ligado a mis genitales. En ese momento entendí que ella se odiaba a sí misma, lo proyectaba en su discurso. Ahora siento tristeza por la compasión que le tengo a ella y a su narrativa, pero en aquel momento, abrumada por su acto desesperado de castigarme, la interrumpí y le dije: “Ustedes son unas cabronas, a Jason no le pasó nada”. Tanto la monja como la decana, se quedaron en silencio. “Las niñas bonitas, no hablan malo” comentó la decana con tono alarmante. “Me importa un carajo” dije mientras me dirigía a la sala de espera de la oficina a esperar a mi papá. Siempre fue mi defensor número uno.


Llegó y me preguntó lo que pasó. Le conté todo y prosiguió con mi defensa.

Me brindó dolor y culpa la mirada avergonzada de mi padre. Más dolor me brindó que cuando salimos de la oficina, papi me llevó a comer y en el buffet me preguntó: “¿Tú te consideras católica?” Sin pensarlo dos veces, comenté murmurando: “¡No, papi!” “Y ¿por qué te esfuerzas en ir al catecismo?” “Por ti papi, porque a ti te agrada, pero yo lo odio” le dije mientras miraba al suelo. No me sentía cómoda diciendo la verdad mientras lo miraba a los ojos. La verdad es que no encuentro nada positivo sobre el catolicismo.


Confesé cuando mi padrino me había violado. “Eso es una grave acusación” fue lo que recibí a cambio. Pensar en qué puedo agradecerle a la iglesia católica me hace enojar porque me hace pasar por el trabajo de visualizar de nuevo tanta rabia, tanto dolor y todo el sometimiento innecesario. Amo el español, pero es porque es mi condición lingüística, lo que, a su vez, representa que la iglesia católica borró palabras que nunca pude aprender y quizás eran más apropiadas para apalabrar hechas a la medida de nuestra localización e intensidad. Me gustan los diseños de las iglesias y reconozco que ese gusto fue posibilitado por mi imaginación al pensar en personas que sobrevivieron guerras, que pudieron aprender acogidos en la iglesia, pero la realidad es que, puede también ser escondite para hacerle daño a infantes y ese solo pensamiento, me agobia. Los coros y protocolos de la iglesia están tan tatuados en mi memoria que duele.


A mi versión católica la abrazo y la consuelo, explicándole que nos desprendemos de la culpa todos los días. Nos perdonamos, enfrentamos miedos y nos amamos más que nunca, sin necesidad de ninguna imposición de dogmas ni amenazas de almas al infierno. Te amo y te acompaño en tu proceso de descolonización de todo, hasta entenderte y desaprender lo necesario para que tengas calidad de vida. No estás sola, nos tenemos.




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