Cosas que una tiene que hacer aunque no quiera.
Hoy me pregunto si alguna de las cosas que he vivido las habré vivido antes, hoy me pregunto si existen las vidas paralelas y si quizás en otra yo en envejecido, y me he aprendido a despreocupar un poco,y quizás hasta me he ocupado más para darme poco tiempo de preocuparme. Entonces es que a veces en esta vida que vivo todo es hacer y hay poco o ningún espacio para la pausa, y para el disfrute de las cosas sencillas, que una se les escapan de la vista constantemente. Eso me pasa mucho con mi hijo, cada momento que vivo con él se me escapa. Cuando me hago consciente de ese escape lo quiero atrapar desesperada. Como cuando niña perseguía las burbújas en el aire, buscando explotarlas todas a la vez, pero esta vez para que no exploten y se me queden en las manos y me las meta por los ojos y me las deje en mi cabeza para siempre. Quisiera saber que en otras vidas paralelas lo he podido retener, por egoísta. Porque se que en esta es arena en mis manos, hijo del viento y del agua, una tormenta, tromba de mar, un aliento.
A veces uno tiene que hacer cosas que no le gustan, porque a veces hay que hacerlo para uno sanar. Según los Mayas es una mano curadora, que no es que venga con la medicina, si no que abre la mano, como para entregar algo, o para devolver ternura al momento necesario del presente. Para que yo encuentre el espacio dónde el viento fuerte y la marea me deja flotar y descansar sin miedo. En una costa de orilla clara y de fondo transparente. Así mi hijo me ha enseñado tantas veces a vivir, y esto sé que ya lo he escrito, quizás ahora, quizás aquí, y en este momento, o quizás no, y en otra vida, o en otro tiempo.
Al menos me queda esta carta como evidencia, de todo lo que a veces se me escapa. Decirle más pausado y más seguido, que lo amo tanto, y abrazarle y mirarle con detenimiento. Notar como atrapa la luz en su ojos de cacao maduro, y el agitado viento con humedad en sus rizos apretados como caracoles, con labios pequeños y pronunciantes eternos de los te amos del universo. Sin embargo hay cosas que una tiene que hacer aunque no quiera, y una de ellas es olvidarse. Porque de otro modo no le caerían a una ideas y memorias nuevas en la cabeza. Se estancaría -por seco- el flujo del río hacia su desembocadura y por miedo al desliz natural, dejaría una de entrar a la marea del inmenso mar que es amar; a un embrión, a un bebé, a un niño, a un adolescente, a un joven a un adulto y ojalá de algún modo y en otra vida a un viejo, un viejo hijo, y una madre que ama con los mismos ojos.
No creo que algún día pueda dejarlo de ver como mi bebé, y el duelo que me provoca cada vez que hace crisálida, y se desprende de sus capas. Entonces me maravillo conociendo a este ser galáctico de Copitel - ese planeta que se ha inventado, donde viven los bambubus y al parecer y según dice, yo, su mamá, soy una de ellas - . Le he conocido ya en tantas versiones, y para el asombro o por el olvido cada vez me parecen más intensas, en tantos sentidos. Mi hijo, que lo he parido, que lo he entregado a este mundo, cuando era mío, aunque siempre quiera que crea que no lo ha sido, y que es propio, todo suyo. Pero me sigo sintiendo como una quenepa guareta, que no es que me hayan quitado mi mitad, pero es que me han despegado de apoco a poco parte de mi coraza y se la han puesto. Como si yo pudiera hacer que este siempre protegido en el Planeta Tierra.
Quien sabe si en otra vida -como cuando yo era paralelamente una bambubu del Planeta de Copitel - lo haya conseguido proteger contra todo. Porque en esta tierra en la que piso suelo ahora, hay cosas que una tiene que hacer aunque no quiera. Como olvidarse de preocuparse y dejar ser las burbújas, como si no fueran a explotar y una pudiera preservarlas para siempre. No hay modo de amar y ser paralelamente tan egoísta. Consuela que al menos se tiene la posibilidad de hacerse cuentos imposibles en esta vida, e inventar nuevos planetas. Donde no nos tengamos que olvidar de nada. Porque nada ocupa tanto, como para preocuparse.
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