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A veces duele más el sentimiento que la herida.

A veces duele más el sentimiento que la herida. Puede que la herida suela ser repetida y común en nosotras, las madres, cada una de nosotras comparte de un modo la herida de la maternidad. Esa abstracción que parece estar alejada de nosotras y a la vez nos avasalla como si de un maremoto se tratara. Nuestras islas siempre desbordadas de agua, nuestras necesidades flotando sobre la calle, a mar abierto, expuestas más allá del arrecife. Y parece imposible traspasar las olas, hasta que el mar por fin a veces está en calma. Se necesita todo el tiempo del mundo para encontrar la pausa. Y no tenemos todo el tiempo del mundo. Al final por eso creo que las desigualdades nos disiocian. Nos hacen creer que las heridas compartidas por la experiencia son definibles, categorizables, homogéneas. Que todas las sentimos igual, o que quizás todas hemos comprendido la profundidad del dolor de la otra. Y cuando una madre se queja, se expresa, toma su pausa, se nos hace mucho más fácil juzgarla tanto como nos juzgamos a nosotras mismas. Antes creía que era posible ser compasiva con las demás sin serlo primero conmigo misma. Pero que equivocada estaba. Es terriblemente complejo poder practicar la compasión sin conocerla dentro de nosotras para nosotras mismas primero. No que crea que no hay combinación entre sentir compasión por las demás y que esa sea una manera también de aprender a ser compasivas con nosotras. Sin embargo, aunque sea contradictorio, reconozco que la revolución de la ternura comienza dentro, muy dentro de nosotras mismas. Cuando somos madres, esa herida, se hace evidencia y todo lo que está en las sombras se nos asoma como una excusa aparente para llorar, para sentir, para permitirnos expresar y entender lo que es nuestra historia. Aceptar lo que ahora despedimos, y dar espacio a lo que vamos a aprender. Lo escribo pero no lo entiendo todavía, aún se me hace muy difícil llegar aquí. Quiero estar, aprender a existir y ya. Dejar de razonar los sentimientos y decirme lo mismo que le dije a mi hijo hoy cuando se dió un golpe (uno que para mí no es para tanto, pero que para él fue una buena razón para llorar y necesitar compasión). Le dije que está bien, que a veces el sentimiento duele más que el dolor. Y quise llegar hasta aquí,  a la página en blanco, pero me costo mucho tiempo. De la idea, la inspiración a esta página ha pasado tanto, que no sé si estoy escribiendo de lo que quería o de lo que necesitaba. Casi siempre escribir es eso, una revelación hasta para mí misma. Sonó la alarma en el teléfono “doblar la ropa” “hacer ejercicio” y de frente a mi cara una petición de ojos saltones, un niño que pide jugar, una bebé de 4 meses que pide ser arrullada para el sueño de la mañana, una niña grande que quiere escribir. Y cuando me pregunta si quiero jugar le digo que sí, que yo también quiero jugar, y que quizás si me da unos minutos podré también jugar con él, pero que mamá también quiere jugar a su juego preferido, escribir. Después regreso. 



Adli.

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