también fui la niña que apagó la vela.
Cuando pienso en mi niña, en la que fui, me sorprendo de mí, y de dónde he llegado, de cuanto una puede crecer y cambiar y de todo lo que me falta por aprender. Me autoasimilo y comprendo porqué siempre me he negado mucho de mi ser artístico, o de de mi modo de ser graciosa, o de mis "talentos" (que hasta lo escribo en comillas) o de mi amor por el arte, la escritura, la poesía, las canciones, el baile, la pintura y eso me permite reconocer en mi la observadora de las que un día les conté, y poder sanarme como un "prepárate" pero sin acelerarme.
Me recuerdo con mi prima, no es mi hermana de sangre, pero lo es en la práctica. Vivíamos a unos pocos pasos de distancia, una casa de por medio, una acera y los pies descalzos, y una mano pequeña tocando la ventana de la puerta que daba a la cocina de la casa de Titi y Tío , de la casa de mi hermana, dónde estaba siempre mi alegría. Mi hermano de mi mano, con una pañal sin cambiar, las 6 de la madrugada y las pijamas y las lagañas, los pelos alborotados y mi Tío que se asoma a la ventana de la puerta que da a la cocina diciendo, "que hacen aquí tan temprano" a lo que respondíamos (según el recuerdo que tengo del recuerdo que me contaron) "venimos a jugar con Ashley" y a lo que mi Tío nos respondía " Ashley está durmiéndo vayan a su casa"; y detrás una voz audible y sutíl "oh no" (como quien delata una mentirilla) "yo estoy despierta"; era esa la voz de mi alegría, de mi niñez, la vocecita de mi hermana, perdón, de mi prima.
Ella y yo nacimos con 5 días de diferencia, ella el 12 y yo el 17 del mes de noviembre, jugamos, bailamos, cantamos taaanto juntas, nos hicimos muchas promesas, nos contamos muchas historias que eran de nuestros sueños, hicimos pactos de sororidad sin saberlo, o más bien sabiéndolo todo.
Nos recuerdo con una cajita de zapatos que llenamos de recuerdos, era el tiempo de la mudanza, mi prima se hiría de mi lado, cuanto la iba a extrañar, no sabía cuanto, no lo he sabido nunca, porque siempre que le extraño acudo a buscarle como quien sabe darse su medicina.
Yo una vez fue la niña que apagó la vela de cumpleaños, el que siempre nos celebraron juntas, y el que un día no fue así, y mi corazón de niña lo celó, lo resistió, y lo deseo distinto, y ahí estábamos, las dos, y cantaron cumpleaños y yo detrás, quedó la foto (y esto suena triste pero es gracioso, se los prometo) todas las personas sonreían menos yo que estaba con lo ojos virados para arriba, queriendo apagar esa vela, también yo, las dos, porque entonces yo ya no concebía otra forma.
Con los años celebramos muchos más cumpleaños, en el que siempre bailábamos el cumpleaños feliz como un merengue, y algunos otros tantos en las que no hemos podido estar juntas físicamente, pero tenemos la certeza de estar unidas para siempre en el alma.
No hay, o al menos me es inconcebible adjudicar tal cosa como "la maldad" a la niñez.Creo que hay aprendizajes, procesos,emociones, y a veces erramos como todo aprendiz pero vamos construyendo y adquiriendo lecciones que si estamos acompañadas podemos ir sanando y luego recordar y poder reír a carcajadas. También hay veces que no, que no hay risas, que hay dolor, heridas y traumas, y es que las historias y los modos en que nos vamos formando no se pueden mirar desde el lente de juzgarnos, de lo bueno o de lo malo, a veces o casi siempre las personas tienen vivencias tan diversas, procesos y oportunidades tan distintas y no somos nunca una sola historia.
Hoy a mis 28 años reflexiono sobre mi niña, la que fui, la que aún llevo conmigo y reconozco en ella esas tantas versiones; la que apaga la vela y a la que se la apagaron. Y dentro de ese recuerdo del ser, veo que algo siempre me ha quedado incondicionalmente y es el amor, como el que he tenido por ella, por mi hermana, por mi prima y mi mejor amiga de toda mi niñez y de toda mi vida, veo como hemos crecido, como cada una se ha desarrollado y como seguimos siendo tan distintas, pero siempre tan leales la una a la otra, como cordón de tres dobleces, que no se rompe jamás. Y entonces vienen a mi mente como reflejos de luz saliente, todas las velas de cumpleaños que nos hemos encendido una a la otra, todas las veces que apagamos las velas juntas por elección, y todos esos momentos en que nos consolamos cuando alguien más nos apagaba la luz de algunos de nuestros días, no solo en nuestros cumpleaños. Así mismo nos hemos celebrado, en días en que no habíamos nacido pero en los que hemos estado vivas para cantarnos, encendernos la luz y pedir algún deseo como; que nada, ni nadie, ni nosotras mismas nos hagamos olvidar nuestras historias, hasta que se encienda o se apague nuestra última vela de cumpleaños.