Mi parto me enseñó a sentir fe.
Un lunes 2 de noviembre a mediados de la media noche se escuchan los pasos firmes entre medio de un pasillo frío y silencioso. Celebraba un mes más de vida de mi bebé arcoíris, pero en esta noche particular me encontraban en la sala de un hospital esperando que se tomará una decisión sobre el bebé que gestaba dentro de mí. Tenía 37 semanas con 6 días, sangrado y pérdida de líquido. El bebé dentro de mi pesaba 4 libras con 10 onzas, según las pruebas constante y los análisis. Las contracciones marcaban ritmo de parto, pero yo no sentía dolor alguno. Con oxígeno y sueros para hidratarme, una hemoglobina en 8.3 y yo queriendo llorar... me detuve a rezar. En mi oración afirmaba al Universo y a un Todo Poderoso que no me dejarán sola y que me guiarán para que la decisión tomada fuese la ideal para salvaguardar la vida de mi bebé y la vida mía, para verle y acompañarle en su crecimiento.
Mi embarazo desde el principio tuvo tantos desafíos. Más allá de gestar en la pandemia del COVID-19, que ha sido verdaderamente intenso; el embarazo ha sido un proceso de retrospección y de confianza en aquellos que no vemos, pero nos guían y acompañan en nuestras tinieblas. Dentro del embarazo salí positivo a la prueba del Papanicolaou, niveles alterados de azúcar, niveles de hierro en la sangre muy bajos, mi bebé estaba bajo peso y las medidas no concordaban con un bebé de la semana que estaba gestando. Entre especialistas, visitas semanales a los doctores, laboratorios clínicos... sólo quedó espacio para el rezo y las afirmaciones.
Parecía perder el control, aún cuando me cuidaba lo suficiente como para tenerlo. Entonces entendí que más allá de mi protección, existía algo que también nos protegía. Algo que iba más allá de la religión, de las iglesias, de lo que mi abuela me enseñó pero yo nunca practiqué ni fomente. Este embarazo me enseñó lo que es la fé. Mi parto me enseñó a sentir fe. La decisión del lunes 2 de noviembre fue la última gota que colmó la copa y me lleno de un mar de aguas calmadas... aguas tibias... sentía que flotaba y ninguna marea me llevaba. Estaba en calma. Me citaron el miércoles 4 de noviembre a las 6:00am en el hospital para inducir mi parto. A penas con 38 semana y 1 día, un bebé dentro de mí necesitaba ser alimentando, cuidado y amado en las manos de su familia que le esperaba con ansias. A las 12:00md se puso por vena pitusina a 3ml por hora, con tan solo 2cm comenzamos el proceso de parir a mi bebé. Largas horas pasaron; la sala de parto olía a lavanda, se escuchaba en la radio un bolero de Diego El Cigala y entre madre e hijas bailabamos y reíamos, creyendo y confiando en que todo estaría bien.
A las 6:00pm de la tarde, a solo 4cm de dilatación el doctor me mando a descansar, a comer algo liviano porque al otro día volverían a introducir la pitusina por mis venas y esperar que el bebé naciera. A las 8:00am ya preparada, luego de un café y una oración regresamos a la sala de parto. Comenzamos nuevamente con 3ml de pitusina, bailando toda la mañana y ejercitando el cuerpo con caminatas, yoga, sección de squats y la bola terapéutica. La enfermera llega a las 12:00 medio día y pregunta “¿tienes dolor?” A lo que le contesto “ninguno aún” y confiando que el dolor, de sentirlo, yo tendría el control. Acto seguido la enfermera toma de aquella máquina que manejaba el medicamento que por mis venas viajaba, observé cuando elevó el nivel a 9ml de pitusina. El cuarto continuaba frío, la música cambiaba de estación a estación pero siempre con un ritmo bailable y de encanto.
Mi cuerpo no se agotaba y aún con energías repetía los mismos ejercicios programados que me hacían compañía junto a mi mamá que manejaba su ansiedad con una risa cautivadora... la sentía feliz, y claramente ella estaba feliz. Llegó mi compañero a las 2:00 de la tarde luego de haber dejado a nuestra cría cuidando con su bisabuela que con amor la lleva al jardín a ver los frutos y las flores y a correr descalza son su melena de rizos sin miedo a nada. Reproducía esa imagen en mi mente una y otra vez, deseosa de volver a tenerle en mis brazos, ya eran más de 24 horas sin ella. Mientras en la sala de parto, me pregunta mi compañero “¿cómo vamos?” A lo que le contesto “seguimos” como afirmando en sí que esa tarde iba a nacer mi cría. Luego me dice “descansa, tu cuerpo necesita energías para luego”.
El reloj en sala de parto parece eterno y a la vez las horas pasan corriendo y yo llevaba calentando mi cuerpo por cuatro horas con ejercicios activos para promover la dilatación de mi cuello uterino y aproximar la llegada de mi bebé. Ya dan las 4:00pm y regresa la enfermera y sin mucho que conversar sube la pitusina a 15ml por hora y me dice “te veo luego”. A lo que afirmo “antes de las 7:00pm voy a parir para que estés conmigo” y seguimos en el proceso. Descanso, música y conversó hasta mirar la hora del reloj. Son las 6:00pm, el dolor lo manejo acostada encima de la bola terapéutica y moviendo mi pelvis al son de la música, poco a poco entre boleros, salsa, flamenco voy girando las caderas y de arriba a bajo respiro hondo... inhalo el dolor y lo exhalo en nubes de fuerzas que no me detienen.
Mi compañero masajea de mi espalda, mi mamá peina de mi cabello, nos reírnos de momento, al minuto de cada contracción que se libera y vuelvo a detenerme cuando contrae y siento la presión en las costillas y la espalda baja que dentro cargan de mi pequeño guerrero. Llega el doctor para evaluarme y me dice “estás a 6cm aún”, me descompenso de momento y le pido a todos que se retiren de la habitación. Nadie se mueve, y a lo que les grito mientras lloro de furia “por favor, que se vayan”. El doctor supe la pitusina a 21ml por hora, se marcha y de ahí mi compañero me dice “si no quieres terminar en cesárea, tenemos que tomar una decisión”.
Mi decisión era parir y que me dejaran sola. Sentía mi cuerpo temblando, un cambio dentro de él. Mi compañero mencionó la posibilidad de que el doctor rompiera la fuente y yo le grito “no, que nadie me toque” -eran las 7:50pm- y el cuerpo sigue ardiendo en fuego, en furia y cómo si esa misma furia se hubiese conectado con mi vientre, explota la fuente que dentro de mi hacia fuera expulsaba un mar...no había calma, me llevaba la corriente, descompensa mi conexión...mi compañero sujeta de mi mano, comienzo a pujar... solo se escucha el ruido del pujo con furia...continuo pujando. A lo lejos siento los pasos de mi madre, estaba ansiosa y pone su mano sobre la mía... le muevo su mano a mi cadera y le digo “aprieta con fuerzas”, mientras tomo la de mi compañero y le digo “esto calma mi dolor”.
Entran las enfermas y el doctor, y como el tiempo en sala de partos vuela, así mismo volaron los minutos. Eran las 8:00pm cuando aún mi cuerpo seguía desatando una marea dentro, un pueblo montañoso. Sentía llevaba la marea del sur dentro de mi, poderosa como mis ancestras, llena de furia como los tambores de la bomba que hacen eco en la plaza pública de Guayama...gritaba, pujaba, respiraba y se convertía en una melodía de mujeres bailando en el batey. “Vamos, bebé, vamos ya” le reclamaba a los pujos eternos y poderosos. Me bañaba en sudor, apretaba fuerte la camilla del hospital y continuaba pujando con los ojos cerrados, sin perder la noción de respirar. Sentí como una luz alumbró la atmósfera, eran las 8:12pm y mi bebé respiro el calor húmedo de las fuerzas que había expulsado mi labor de parto.
Mi compañero y mi madre llamaban a la familia, y yo me encontraba detenida mirando a mi bebé. Escuchaba celebración al fondo pero mi atención había sido capturado por la mirada de mi cría. ¡Felicidades, felicidades! Y yo no podía detener la sonrisa cansada que apareció en mi rostro al pegarlo junto a mi pecho. Mis latidos bajaban su pulso mientras se conectaban con los de mi bebé... la melodía cambió su ritmo, se escucha armonía en la habitación. Éramos el y yo, una canción de encuentro, de amor, de felicidad... sentía cómo los ángeles nos colmaban de bendiciones, sentía cómo los rezos de la gente que nos aman hacían coro en la melodía y cómo la bendición iluminó en mi el resto de mi vida. Mi bebé pesó 7 libras y midió 19.5 pulgadas. La cría saludable, poderosa, un guerrero...me demostró el milagro de la fe.