...en sus manos.
Es un jueves común de los que trabajamos unas horas en casa desde la pandemia, y en los que me quedo con mi hije en las horas que su padre está afuera. Aún son las 8 de la mañana,estamos les tres, unos panqueques calientes, olor a syrup y canela, unas rodajas de guineo y olor a bacon. Pasamos de comer a mi parte favorita, el café de la mañana. Por alguna razón siempre hago el café para dos, o hasta para tres, aunque sepa que sobrará un sorbo, aunque sepa que quizá solo lo quiero yo. A veces me pongo como meta recordar hacer solo para mí, pero lo olvido y se me pasa la mano con el café molido en la prensa francesa y sin remedio hago café demás, si es que es eso posible.
Pasan unos minutos cuando paso a buscar el celular, veo las noticias del día y escucho la radio por costumbre de mi compañero, no mía, pero al final de los dos. Y entonces Lucas está ahí, mirándonos, tratando con toda intención de llamar la atención nuestra, de traernos al momento, de despertarnos. Pero seguimos embelesados entre el trabajo que ya comenzó, las notas del día, la agenda, los quehaceres y las noticias de feed de Facebook que se hacen llamar así.
Entonces mi hije toma en sus manos mi cartera, la abre, la observa, y me mira diciendo "eso no en la boca" para entonces aún estoy embelesada con mi atención en la entrevista de la radio, y despierto porque mi hije ha tomado en sus manos un vellón. Ahí comienza la travesía mañanera detrás de la cría, ojo vigilante, peticiones contantes de " mi amor por favor dame ese vellón" que ya por experiencia sé que irán de entrada a una carrera al cuarto o al escondite bajo el escritorio de la oficina, va mi niñe con los puños cerrados con un vellón. Y yo comienzo a crear alguna estrategia, le doy un refuerzo negativo " si no me das ese vellón te castigo" obviamente ya empecé mal, y entonces me hago consciente y digo "si me das ese vellón te doy teta" y veo como se asoma de detrás de la caja bajo el escritorio de la oficina la carita de mi niñe en posición de gateo con una sonrisa pícara y unos ojos que delatan un pensamiento y digo para mis adentros, "yes, ahí va a salir" pero de nuevo se esconde, entonces continúo armando una nueva estrategia.
Le ofrezco un baño de espumas, y accede, me digo, cuando le quite el suéter aprovecho y le saco el vellón de las manos, pero me volví a distraer en el entre tanto, con una de las tablillas del armario de lavamano y me pongo a limpiarla, en ese entre y tanto, se metió a la bañera con el vellón en la mano y el puño cerrado. Entonces pienso "no me puedo despegar, tengo que estar pendiente" y procedo a lavarle su cabello rizado de azabache, le contemplo, le amo, le digo que le amo. Al final del baño de algunos 10 minutos de juego en el agua, Lucas se sale de la bañera y procedo hasta su recamara a vestirle, me gusta vestirlo bonito, sobre todo los días en que me quedo a cuidarle, me disfruto eso, así que procedo a escoger un mameluco ceremita que tiene un hermoso arcoiris en su centro, y peino su pelito, le visto y entonces le digo, " que tal si pronto vamos a que guardes el vellón en la alcancía" a lo que mi niñe responde con un "orita, orita" que es un después más tarde, sin prisa, y yo ya casi que me resigno, le ofrezco que se mire en el espejo y le digo otra vez que lo amo, y el me dice que me ama, y le abrazo, y luego se mira en el espejo de su armario y sonríe con su reflejo como quien coquetea, para luego voltearse y amablemente mientras le arreglo los amarres del mameluco, suavemente pero con voz audible me dice "toma" y abre sus manos lentamente, yo ofrezco mi mano abierta, y mi niñe deja caer pausadamente el vellón en mis manos.
Yo me creo toda una "mamá estratega" pero me doy cuenta de que no, de que no tuve ninguna más que el único remedio de prestarle atención, de estar con elle en el momento, sin más. Y entonces lo veo claro, otra vez mi hije me ha descifrado y a hecho conmigo a su antojo, el vellón nunca fue lo que mi hije quería, el puño cerrado con el vellón eran la certeza de mantenerme ahí, con la vista puesta en su presencia, con la atención presta a su necesidad, con el tiempo dedicado a cuidarle. El vellón era el anzuelo, la necesidad era la contención de mí, de su mamá que soy yo, y como antes ya Lucas había vivido esa experiencia, sabía que un vellón en sus manos haría que a toda cuesta yo estuviera ahí, tras de si, enteramente mamá. Entonces, yo nunca fui en realidad la de la estrategia, de entre tantas que creía pensar, todas desembocaban en que el vellón estaba en sus manos, y yo sin remedio también.