Te Mereces Sanar [historia de parto orgásmico]
Era el cumpleaños de mi hijo mayor y allí estaba, en un amplio parque lleno de sus cómplices y los míos. Me sentía tan sola. Era irreal la dualidad de emociones, por un lado, estaba extasiada de emoción porque había cumplido un año de ser mamá en donde había pasado por continuos procesos de adaptación y por otro lado seguía escuchando el eco de aquella ginecóloga de postura erguida sin doblarse a la camilla en la que recién me amarraban ambos brazos para practicar una cesárea completamente innecesaria, con toda la prepotencia del mundo vociferó: “¿Qué quieres que haga? ¿Te suelto? Ya así no vas a poder parir, ¿Te dejo morir en esta camilla?” Respuesta que en ningún momento contestó mi interrogante de por qué me estaban colocando Pitusina en el suero, si mi Psiquiatra había recomendado lo contrario. Luego de ese procedimiento, recuerdo las alucinaciones, el miedo, las pesadillas y todo lo que quería mi psiquiatra evitarme.
A pesar de la algarabía, de la felicidad compartida, estaba triste, inmensamente triste. Entonces, pensé que era el momento idóneo para decirles a los invitados que estaba embarazada de nuevo. Desde que lo supe me preparé mentalmente. No iba a caer en la trampa de un sistema que oprime nuestros íntimos y salvajes deseos de parir. Iba a parir con parteras y en mi casa. En mi intimidad, con mi compañero, con mi hijo (quien tendría año y medio para ese entonces), con mis perras, con mi papá, con una doula que me salvó la vida en el parto anterior (porque la que contraté, nos robó el dinero y jamás volvimos a verla).
El trauma vive en el cuerpo. Parir en casa presentó en mi mente, un reto, una meta por alcanzar; como cuando me preparé para mi primer recital de baile, como cuando declamé mi primer poema, como cuando leí mi primer discurso, como cuando decidí coger ese megáfono por primera vez y cerramos la Milla de Oro.
En plena preñez, se suscitó una pandemia a nivel mundial. Tomé mis refuerzos, leí más que nunca a profesionales como Ibone Olza y Esther Vivas. Me enfoqué en la terapia hipnótica para el parto, hice ejercicios todos los días de mi vida, me nutrí de afirmaciones, comida rica y amor de mi familia. No pude ver a mi mamá ni a mi papá como quise, hasta que me llegó el día.
Era un lunes en la noche cuando fuimos a la caminata nocturna y subiendo una cuesta cerca de casa, comenzaron las mareas (contracciones), cada vez más intensas. Llegamos a casa e hice las sentadillas y demás. Se intensificaron las mareas. Me di un delicioso baño y comenzamos el proceso de dormir a mi niño grande. En ese proceso, jugando en la cama, se cayó y del susto, comenzaron las mareas a subir y bajar, cada vez más intensas, más fuertes.
Llamamos a la partera, llegó en poco tiempo.
La esperé en el baño, me revisó y me mandó a descansar. Todavía me faltaba borramiento y dilatación. Me fui a la camita con mi compañero, ilusionada de que el proceso iba a comenzar. Llena de alegría y miedo. Intenté dormir, pero no era posible, se acercaban más y más las mareas. Llamamos de nuevo a la partera, ya era hora.
Recuerdo muchos olores en aquel día, las gardenias del balcón y las del patio, el fuerte olor de mi cuerpo, mi sudor, el sudor de mi compañero, olor a lavanda, chinas, geranio y salvia. ¡Qué mucho me mimaron en ese periodo! Llegaron la asistente de partería y mi doula. Empezaron a llenar la piscina mientras esporádicamente me verificaban los vitales y los latidos de bebé. Bailaba y bailaba al son de la marea. Abrazaba, gemía, suspiraba y volvía a comenzar. Quería meterme por las axilas de mi compañero, quería estar inmersa en los olores que mayor seguridad me hacían sentir. Todo en silencio. No quería hablar, como si las palabras no hicieran falta, como si mi cuerpo estallara hipérboles apasionadas con cada movimiento.
Era el Día Internacional de la Partería y aún estaba de parto, mi equipo llevaba más de 24 horas en asistencia y ya estábamos cansados. Había intentado la piscina calientita, la banqueta, la cama, diferentes posturas de inversión y apalabrar. Todavía no presentaba rotura de membranas y cuando por fin sucedió, que pude sentir la cabecita de mi bebé, estalló el saco y el bebé volvió para adentro. Las mareas eran diferentes y aún no me sentía en labor de parto. Es ahí en donde sentí las manos de mi difunta abuela en mis hombros. Me sentía borracha de emociones intensas. Quería descansar y quería parir a la vez.
Elegimos no conocer su genitalia hasta que naciera. Cuando se desocupó mi compa, vino a hablarme. Con la honestidad más hermosa, plasmada en sus verdes ojos, que amo tanto. Me habló de mis fortalezas, me besó, me abrazó y me recordó mi plan de parto, mis afirmaciones y mi intención. Respiramos en colectivo. Ya era la mañana del miércoles cuando contamos y profundizamos las respiraciones, hasta que sentí que mi alma se escapaba a un mundo desconocido, en donde todo vibraba, la forma era vibración.
Vibré hasta sentir que era un portal, una flor abriéndose, una persona pariendo vida, con todas las implicaciones existenciales que ello representa. Sentí la presión más deliciosa del mundo, me posicioné en cuclillas y como mis ancestras, pujé a mi bebé hasta que salió completo. La estudiante de partería lo tomó, con una rapidez increíble y me lo colocó en el pecho. No sabía lo que había pasado, yo seguía temblando, vibrando de amor. Tuve un parto orgásmico en casa, me sentí con una fluyente intimidad en plena pandemia, superando cualquier expectativa que pude soñar. Mi hijo grande estaba allí, vio a su mamá parir y me ayudó a hacerlo desde la lactancia. Recuerdo ver esa hermosa placenta y sentirme tan invencible, con demasiado poder. Mi bebé nació con la serenidad que acompaña el placer. Yo pude parir. Lo determiné y lo hice. Tuve a una valiente tribu a mi lado porque nos tenemos. Porque siempre nos hemos tenido. El no tenerse es un invento, no es natural, no se siente bien.
Me juré ser la persona que necesité en la fuerte depresión que tuve al nacer mi primer hijo. Poco a poco, eso hago, respeto y asisto los post partos de mis personas cercanas. Sanamos pausado, sanamos en amor, sanamos en solidaridad. Te mereces sanar. Nunca lo olvides.