Universidad para las Luchonas
Hace unos días tuve un sueño muy lúcido. De esos que no dejan descansar. Estaba en una audición o en alguna entrevista. Sentía nervios como si tuviera muchos deseos de ser seleccionada. Éramos muchas en el mismo salón, pasando distintos niveles de entrevistas. Mientras el grupo se hacía más pequeño, todas nos poníamos intranquilas y hablábamos. Entre esas conversaciones se comentaba que ya alguna había sido eliminada porque se enteraron de que tenía un hijo y la carga de ese trabajo sería demasiada como para una madre. A mí se me aceleró el corazón, y pensé en mi nene. Impulsivamente les dije, pues me jodí porque también tengo un hijo. De manera sigilosa una de las líderes se me acercó y me dijo “vas muy bien, tienes muchas posibilidades de pasar, pero no vuelvas a mencionarlo, quédate callada”. Y yo me sentí bien molesta y desilusionada, pero más conmigo misma por haberme cuestionado si callar y asumir ese trabajo tan importante para mí. Ahí me desperté, molestísima. Vi con claridad la disyuntiva de escoger entre mis metas y mi maternidad. Creo que esta es la realidad de muchas en espacios académicos. ¿Qué tanto hemos callado como para que retumben mis sueños así?
La universidad para mí ha sido un espacio de transformación enorme, un privilegio, una herramienta para crecer. Haber estudiado en la Universidad de Puerto Rico, sin duda ha sido una de las experiencias más gratificantes que he tenido. A pesar de no haber crecido en un contexto adinerado, tuve la dicha de ser primera generación en mi familia, junto con mi hermana, y ambas beneficiarnos de obtener una educación de calidad. En mi experiencia no ha sido necesariamente por las clases, si no por las personas, las conversaciones, los cuestionamientos sociales, los talleres, las charlas, los sections, los partys, las jevas, los jevos, esas profes que te marcan, esos profes que hablan mucha mierda bien bella y una se encanta. El espacio en sí es rico pero cuando ya llevas varios años y miras con otra perspectiva, te puedes dar cuenta que hay más palabras que acciones. Más concreto que espíritu. Mucha gente y mucha soledad. Ansiedad. Ataques de pánico. Competencia. Otro sector más que oprime, que violenta, engaña, miente, y por supuesto, nos silencia. Es una Factoría capitalista de conocimiento, que te envuelve y busca como derretirte para hacerte moldeable a su beneficio. Es un atrapa poderes.
Cuando volví a entrar para hacer mis estudios graduados, con un bebé, sin dinero y desde otro pueblo, de por allá lejos de la isla (inserta sarcasmo), se me hizo bien claro que la Universidad de Puerto Rico es para cierto grupo solamente. Quienes encajan con el molde que construyeron hace más de cien años un grupo de privilegiados que aspiraban crecer su clase con visiones patriarcales, capitalista, coloniales y racistas. No me tomen a mal, yo sé que han pasado muchas cosas lindas desde allí, somos muches quienes les hemos sacado el jugo político e intelectual, pero no suficientes. Hay personas que nos tenemos que esforzar muchísimo más para sobrevivir allí y eso no se vale. Eso sin hablar de la cantidad de personas que ni se imaginan poder acceder. Yo quisiera que sí, que fuera de mi corilla también. Me encantaría que fuera un lugar de respiro, de estímulo sin que me nos ahogue. Porque para colmo, se discursa mucho sobre la falta de aire mientras te agarran por el cuello. Como ven, me he convertido en una hater muy crítica de este lugar porque también he experimentado el poder del conocimiento, mientras que al mismo tiempo la lejanía que esto me provoca con mis distintas realidades. Para que me entiendan, deben saber que estoy en finales, maternando, en medio de una pandemia, cumpliéndose los dos meses de cuarentena.
Yo llegué con mucha ilusión a la UPR buscando un refugio para mí. Volver a conectarme, pues me había perdido (ya les conté esto en otro escrito). Estaba llena de esperanzas. De hecho, me he vuelto a encontrar y quizás no como me hubiera imaginado, pero ahí vamos. Esta vez me tocó estar siempre un poco más perdida, un poco más tarde, un poco más desencajada. Me tocó ser la rara que a veces anda por ahí con motetes y un bebé. Se siente como si anduviera con un alien en brazos. Entrar por allí con un coche es más llamativo que entrar con un perro. Hay miradas de pena y otras llenas de cuestionamientos. No estoy exagerando. No es un espacio para madres. Lo que es irónico e hipócrita, cuando la mayoría de las personas que estudiamos allí estamos en edad reproductiva. Es como si nos distanciamos y todos somos cabezas enormes flotantes en capsulas individuales. Lejos del presente y de discursos bellos que profesan en los pasillos. Es una loca paradoja, ser un proyecto para el futuro del país, sin ser un espacio para tener una cría. Esto lo grita la falta de cambiadores para bebés en los baños, los horarios de las clases, los diseños de los prontuarios y las áreas verdes vacías. Tanto así que entre las mismas personas que criamos y estudiamos, no tenemos el tiempo ni el espacio para conversar sobre nuestras realidades y formular propuestas. Si de por sí la maternidad, en este mundo neoliberal, tristemente, conlleva mucha soledad… ¡Imagínate en un lugar tan áspero y anti niñes como este!
Por un lado, en nuestra época, las madres estudiantes tenemos mayor acceso a la educación, pero no existe el apoyo significativo institucional que requerimos. Reconociendo que todavía socialmente se nos adjudica las responsabilidades de la crianza, si decidimos participar de espacios académicos, muchas veces nos vemos en la posición de escoger entre el cuidado de nuestras crías o la formación profesional. Esto a manera de castigo porque nos alejamos de la idea anticuada de maternar con la configuración de reproducir y sostener, desde el hogar, el orden patriarcal establecido. Si no que maternamos desde el poder de crear nuevas implicaciones sociopolíticas que retan las estructuras que favorecen al sector en poder. La maternidad es un asunto político y si asumimos nuestro poder ejerciendo la crianza como proyecto de transformación, creamos conflictos.
Si he luchado por esta universidad para que sea publica y accesible, no es para conservar este ambiente old fashion de viejos verdes (blancos) y encubre agresores; Al contrario, es que necesitamos rescatar este cemento abandonado y transformarlo en tierra fértil para nosotras las luchonas, las negras, las yales, las trans, las cafres y todes quienes quieran florecer y aprender en armonía con la diversidad de realidades de nuestro país. Es por esto que, dentro de la supuesta crisis, no me he descabellado soñar con Centro enfocado en crear espacios, dentro de los recintos, aptos para niños/as, bebés, madres y padres. Un lugar donde haya recursos para estudiar y el jugar simultáneamente. Donde haya encuentros con personas que tienen experiencias similares y nos podamos acompañar. Y también se ofrezcan servicios de consejería, trabajo social, alianza con programas de cuido, becas, y recursos para la crianza. Imagínate un espacio seguro con cambiadores de pañales, comida, juegos, columpios, internet, computadoras, impresoras y talleres educativos de interés. Mientras que también seamos un semillero de formación sociopolítica para ser puentes de accesos a nuestras comunidades que han sido invisibilizadas.
¡Ahora sí que estamos hablando de una universidad! Y no de la caja esa vieja de concreto y vínculos competitivos.
Y no me vengan con el “¡Si pariste brégala!”. Mereee…
Se me ajustan porque con este chamaquito, junto con aliadas y mis ancestras yo he parido el matriarcado y quiero hacer de la universidad un espacio que sea realmente para nosotras.
¿Se podrá?
Empiezo por soñarlo.
La luchona