No pidan que callemos
Soy una guerrera, así comienzo, con fuerza y reafirmación, porque no me dejaré caer. A tres años del nacimiento de mi hijo, me ha tocado trabajar con población gestante y posparto. En mi curso de adiestramientos no he podido evitar sentir: dolor, tristeza, traición, victimización ante la violencia de género durante el embarazo y la violencia obstétrica. En ambas, mayormente violencia psicológica y control, la que mata tu ser lentamente. Mi hijo está bien y yo lo estoy, por eso soy una guerrera, pero a veces las guerreras esconden hasta de ellas mismas sus dolores y violencias a su dignidad. No pidan que callemos, que no hablemos de lo personal, como si dañara la imagen profesional. La violencia está normalizada, la RESISTIMOS diariamente.
Yo no quería que mi bebé estuviera dentro de mí sintiendo mi constante miedo, mi constante soledad, mi constante ansiedad. Miedo a terminar en cesárea, miedo a seguir viviendo encerrada, miedo a dejar al padre y el imaginario de familia. Ansiedad porque nunca había dinero, ansiedad a estar sin trabajo, ansiedad a no poder estar con mi hijo, ansiedad porque el padre de mi hijo no cambiaba, sólo quería controlar. Miedo a no cumplir mis metas, ansiedad y tristeza porque mi vulva le daba asco a mi pareja. No podía cumplir sus expectativas de mujer. Hubo una noche de discusión y pelea, casi termine con un dedo del pie fracturado, tenía 7 meses de embarazo.
Cada vez que me quería ir, una avalancha de estrategias manipulativas llegaba: desde colocarse una soga por el cuello, bloquear el paso del carro, arrodillarse llorando mientras agarraba mis piernas, emborracharse y provocar un accidente de auto para luego llamarme, entre muchas otras formas de gran creatividad. Nunca había dinero, pero para cervezas siempre aparecían sus pesitos.
Las cosas poco a poco fueron cambiando, el niño ya llegaba a sus 5 meses. Una noche me encerré en el carro para hablar con mi mejor amiga, el se acercó con el bebé en brazos y me comenzó a gritar que saliera del carro, como no lo hice, con el niño en un brazo y con la otra comenzó a golpear el cristal hasta que arrancó el mango de la puerta. Creo que esa acción, esa fotografía de ese momento, me hizo darme cuenta que nada cambiaría y que mi única responsabilidad era alejar a mi hijo de esa situación.
Aunque sea complicado comprenderlo, dejar al padre de tu(s) hijx(s) y romper con todos los miedos, destruir la imagen del constructo de familia, es sumamente retante y doloroso pero SE PUEDE. Lo hice, me fui. A los 5 meses el huracán María trastocó la realidad puertorriqueña, aún guardaba esa última esperanza, de que quizás al estar solo, sin su familia, algo le haría cambiar. Es gracioso como uno se aferra tanto al deseo de cambio de otras personas. Así que volví pero no tardé mucho en entender lo equivocada que estaba nuevamente. A quien único yo podía cambiar era a mi. Así que el adiós fue para siempre.
Mi niño no nació como yo quería, porque en el hospital entre miedos y amenazas a riesgos, terminé en una cesárea que sufrí y lloré durante todo el proceso. No tenía el control de nada, era sólo un cuerpo y otro que se aleja de mí tan pronto nacía. Quizás en otro momento profundizaré más sobre esto.
Hoy reflexiono y me da tanta lástima que mi proceso de embarazo haya sido tan doloroso, a la misma vez que valoro el que mi hijo y yo lo estamos logrando. Mis metas se están construyendo con mucho trabajo, con retos mentales y emocionales constantes pero vamos. Escribir es muy sanador, compartir las experiencias empodera y pudiera impactar de alguna forma positiva a otras personas, al menos es mi deseo. No estamos solas, hay organizaciones, hay profesionales, hay personas dispuestas a colaborar y apoyar con las situaciones de violencia. Ahora conozco bien cada frase manipulativa, cada gesto controlador. En mi habita un ser de constante lucha. Gracias a todes lxs que de una forma u otra apoyan a personas en riesgo o sobreviviente de alguna violencia. Aún queda mucho por hacer.
Att. La Guerrillera