Todos los poderes
Fueron casi cuatro días de parto, 90 horas en total.
Siempre me dijeron que el dolor de parto era el más intenso que iba a sentir, y pues, preparé mi mente y cuerpo para eso. Yo, que siempre había dicho que nunca iba a parir, nunca iba a criar, nunca tendría hijxs, estaba ahí con 40 semanas viendo una secreción con sangre a las 2am del sábado 2 de noviembre (día que me había estimado el doctor para parir desde la primera cita).
Levanté a mi compa y le enseñé el papelito rojizo. Nos miramos, nos reímos y me dijo “esto va a empezar ya”, mientras sentía un frío olímpico que me invadía el cuerpo. Tardé un poco en volver a dormir, imaginando todo el mambo que vendría en las próximas horas.
Mi casa se llenó de parteras, de mi doula, mi mamá y mi abuela. Teníamos todos los poderes ancestrales de sus abuelas y bisabuelas maternas y paternas. Mujeres negras, pobres y poderosas, que criaron solas y no la dejaron caer. Ese día pude bregar con las contracciones, afirmándome que soy poderosa y que tengo la babilla pa pujar a mi chamaco. Ese día no parí.
Dormí en la bañera, llena de agua tibia, con velas prendidas, llena de paciencia. Aún no rompía fuente, sentía a mi bebé dentro de mi, también en la espera. Tenía contracciones irregulares, cada cuatro o seis minutos, dilatando en seis centímetros desde ayer. No descansé.
Ese segundo día de parto fue intenso, contracciones irregulares y seguidas. Hice squats, bajé y subí escaleras mil veces, me metía en la piscina, hice todas las posiciones para que mi bebé tuviera la necesidad de bajar hacia mi pelvis, pensando y confiando en todas las visitas a la quiropráctica. Veía la cara de mi compa que entre chistes que hacía para mantener mi buena energía se le colaba una lágrima. Veía la cara de angustia de Mami, veía a mi Abuela metiéndose cada vez más en las sopitas de letras pero comiéndose las uñas de la ansiedad que le provocaba mi dolor.
Las contracciones eran cada dos minutos, un dolor que duraba más de un minuto. Ya sentía cuando venía, me arropaba el cuerpo, yo quería arrancarme los pelos y la piel, y luego se iba. Las parteras metían su mano, sentían la cabeza de mi bebé pero él no bajaba. A ellas también les veía la cara, algo no estaba bien. Aunque las contracciones estaban a buen ritmo, seguía en seis centímetros y medio después de dos días de parto. Esa noche, a las 11pm rompí fuente. Un reguero de líquido amniótico en esa cama. Había meconio también. Aunque los latidos de su corazoncito estaban en buen ritmo, mi bebé estaba pasando por stress. Esa noche me senté en la bola bajo el chorro de la ducha caliente en mi espalda para aliviar las contracciones. Tenía el apoyo de mi compañero diciéndome lo fuerte que he sido, que pronto nuestro bebé estaría con nosotrxs. Esa noche no dormí y tampoco parí.
Después de los sobitos de las manos de 90 años de mi abuela, de los sobos gloriosos de mi doula, mi compañero y mi mamá, a las 2pm las parteras me dijeron que era momento de ir al hospital. Dilaté a 7 centímetros en tres días de parto, ya tenía fuente rota y habían muchos riesgos pasando. En esa corrida odié más que nunca los hoyos de la carretera, odié a Yulín, pensé en todxs lxs viejxs y personas con discapacidad que se tienen que joder todos los días con las condiciones de las calles de esta isla. Odié la colonia y me cagué en todo el mundo.
Llegué al hospital en nueve centímetros y advirtiéndole al doctor que no quería cesárea. Le dije que mi cuerpo estaba ready, que me pusiera parir. Allí pujé hasta que dejé de escuchar los monitores, con el dolor de la contracción y de su mano dentro de mi vagina, intentando ayudar a mi bebé a salir. Luego de tres horas pujé todas las veces que fue necesario y mi bebé no bajó. El doctor llegó con un relevo de responsabilidad después de las tres horas de parto pues yo insistía en mi parto vaginal. Lo firmé idealizando a mi bebé saliendo por mi vagina pero ya cansada, adolorida y frustrada. Era mucho tiempo.
Mi pareja, mi doula y mi partera me ayudaron a tener la fuerza de decidir lo que nunca quise. Por mi bien, por el bien de mi bebé, por el cansancio que tenía luego de casi cuatro días, decidí aceptar una cesárea. Me metieron a otro cuarto de parto, me pusieron una inyección en la espina dorsal, me atravesaron una cortina en el cuerpo y me amarraron el brazo izquierdo. Debo admitir que sentí un alivio increíble cuando dejé de sentir las piernas. Se acabaron los dolores, ya no sentía las contracciones. Dejaron entrar a mi compañero e inmediatamente sentí unas terribles ganas de llorar. Le dije a él “yo no quería esto”. Mi fortaleza fue su “te amo y te admiro” por aguantar tanto dolor, y el llanto de mi bebé, por primera vez. Lloré un montón, lo ví, se parecía tanto a mi.
Con el sonido de un vacum, escuché irse mis ganas de tener mi placenta conmigo, de ese primer contacto con apego entre mi bebé y yo, de ver a su papá cortarle el cordón umbilical con la sonrisa hermosa que siempre tiene hasta en momentos difíciles, de pegármelo a la teta y verlo alimentarse de mi cuerpo por primera vez. Todo lo que planificamos e imaginamos con tanto amor por estas 40 semanas se fue en menos de media hora, entre batas azules y luces demasiado brillantes. Finalmente, la adrenalina de cuatro días se fue y mi cuerpo dió shutdown al minuto de que mi bebé nació. Terminé pariendo el martes 5 de noviembre a las 9:53 de la noche.
Con este relato quiero afirmar lo fuerte y poderosa que soy. Lo mucho que respeto mi cuerpo por aguantar tanta presión y aún así no quitarse. Que muchas veces las cosas no salen como se planifican pero la recompensa puede ser la mismísima perfección. Que puedo asegurar que a mi bebé lo parí con mucha valentía y coraje, que nadie puede cuestionar nuestro parto y que estoy ready pa debatir con cualquier ignorante que se atreva a minimizar mi proceso. Que ésta cesárea no me hace menos madre ni menos mujer. Tengo una marca en el cuerpo que siempre me recordará la lucha que dí con mi hijo y agradecida de que existan prácticas que aseguren la salud y vida tanto de él como la mía.
Hoy sigo recordando cada detalle de esos días y escribo entre lágrimas. Sin embargo pienso en el poderío de todas las mujeres que estuvieron a mi alrededor y todas las que invocamos mi compañero y yo, y puedo asegurar que nunca estuve sola. Todos los poderes de las ancestras estuvieron con nosotrxs.