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Nunca fui niña.

Hace poco les confesé a mis aliadas de Matertransmutar que no había sido niña. Abrazar a la “niña interior” ha sido un proceso primero de conocerle para luego disfrutar de ella. Tal vez hablar de mi infancia sanará esa pérdida de inocencia; aquella sonrisa que fue robada por la violencia vivida en casa. Era muy pequeña cuando grabé el primer recuerdo de mi padre dándole a mi madre en el hogar. Aun siento el calor de las tres de la tarde de verano en el sur. Habíamos llegado de un parador en Loiza, tenía piscina y una chorrera para sumergirnos en ella. Mami cocinaba en la sartén del cuarto todo el día y nos pasábamos el resto de la mañana hasta la tarde tomando del sol. Compartimos la cama los cinco pero daba igual, casi no descansábamos por irnos a jugar. Llegamos emocionados al sur luego de un fin de semana de viaje. Fuimos a la casa de abuela que quedaba justo al lado de la nuestra. Ya mami había revelado un par de fotos de nuestras vacaciones. Allá fuimos bien felices a hablarle a abuelita del buen rato que pasamos con papi y mami.

Eso era emocionante, trabajaba de lunes a domingo y llegaba muy tarde en la noche. Muchas veces ya estábamos durmiendo, así que no lo veíamos mucho mis hermanes y yo. Nunca entendí porque papi se molestó con mami porque fuimos a hablarle sobre nuestras vacaciones, pero recuerdo que cuando se enteró fue directo a donde ella. Estábamos en la sala cuando él le alzo la mano a mami y le dio en la cara. Mi hermane mayor tomo a la más pequeña y nos encerramos en el cuarto que quedaba más cerca de la sala. Yo abrí la puerta para ver lo que sucedía y recuerdo a mi abuela con su pelo ya blanco, tomaba de la mano de mi padre y pedía no le hiciera daño a mi mamá. Nunca más volvimos a celebrar unas vacaciones y ya luego las fotos no salían de la caja plástica donde aún mami las atesora y las esconde en el closet donde ya nadie las puede disfrutar.

Yo tenía seis años cuando eso sucedió. Le tomé mucho miedo a papi y entonces entendía que tenía que estar alerta siempre. Durante la infancia llegaba molesto, su cara cambiaba a color rojo, tenía un aliento distinto, sus ojos reflejaban otra mirada. Mami nunca lloró frente a nosotres, pero estoy segura que a escondidas tenía que suplicar a algún dios. De momentos, si no se enojaba con ella, se enojaba conmigo. Yo le contestaba, le retaba, le miraba fijo, le gritaba… le tenía miedo pero estaba llena de coraje. El mismo coraje que me llevo a meterme en medio de una pelea y decirle que él había destruido su familia. Ya yo era más grande, mi hermane cursaba la universidad y yo tenía que cuidar de mi pequeña hermana. Fue la primera vez también que me hice daño. Ya yo no podía más.

Así fue mi infancia. Entre llantos, gritos, alcohol, drogas, confusión y cuestionamientos. Teniendo que ser la protectora de mi mamá porque ella lo merecía y la cuidadora de la más peque en el hogar porque ella me necesitaba. Teniendo que siempre ser sin poder yo ser alguien. Me queda entre recuerdos el barrio donde me crie, la vecina de al lado la cual no recuerdo su nombre pero si su casa en madera y el suelo de tierra. Recuerdo el palo de mango de la casa y las gallinas del vecino que llegaban a hacernos compañía. Recuerdo a mi abuela cuidando de mi abuelo que en cama estuvo por más de siete años en estado parapléjico. En ocasiones siento sus manos arrugadas tomar de las mías. Sentirla llevarme al jardín y sacar los gandules de la plantita que nos alimentaba. No recuerdo las muñecas, o la cocina, ni la ropa de princesa. Recuerdo la bicicleta que nos llevaba por el vecindario a comprar dulces y limbers, escapando de la realidad que nos esperaba y del sufrimiento que callábamos.

Ahora veo a mi cría jugar con su cocinita y pedirme que me siente a su lado. Me dejo guiar por ella, por sus pequeñas manitas que tocan las que ya están un poco arrugadas. Disfruto del café que le prepara a mamá. Tomamos de los crayones para pintar cosas sin sentido pero con tantos colores que me hacen sentir feliz. Le canto canciones que me he aprendido pero no recuerdo de mi infancia y le leo los libros que en casa no se encontraban. Le juego con su pelo, le abrazo y le beso. Me mira fijamente a los ojos y me dice “mamá”. Entonces recuerdo que yo también miraba fijamente a sus ojos y le decía “basta papá”. Nunca fui niña pero ahora con mi cría estoy volviendo a nacer.

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